
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el maltrato a las personas mayores es un acto, único o repetido, que causa daño o sufrimiento a quien lo padece, incluyendo también la falta de medidas apropiadas para evitar otros daños, que se produce en una relación basada en la confianza y constituye una violación de los derechos humanos.
Podríamos decir que la base que sustenta esta violencia es el edadismo, que hace referencia al modo de pensar, sentir y actuar con respecto a los demás con razón de la edad. Es decir, serían los estereotipos, los prejuicios y la discriminación relacionados con la edad. Este, aunque afecta a todos en todas las etapas vitales, en la vejez se hace más notorio, al ser vista generalmente como negativa y no deseable, haciendo que se invisibilicen los aspectos positivos. Así, este edadismo hace que las personas mayores sean vistas como frágiles, dependientes, débiles e incapaces de hacer según qué tareas o cumplir con según qué roles, cosa que aumenta las probabilidades de discriminación y violencia hacia esta población.
Según la OMS, el 15,7% de las personas de 60 años y más son víctimas de abuso, aunque hay que tener en cuenta que esta cifra no refleja la situación real del problema porque muchas personas no denuncian o no tienen la posibilidad de hacerlo. En el caso de las mujeres, las probabilidades de sufrir violencia son más altas. Las mujeres tienen una esperanza de vida mayor que los hombres, pero también una calidad de vida peor, con mayor riesgo de pobreza, soledad y abandono. En general, se trata de un tipo de violencia basada en relaciones de poder y en prejuicios sociales y culturales.
Los efectos de la violencia hacia las personas mayores se ven exacerbados debido al propio proceso de envejecimiento, que puede ir acompañado de enfermedades o algún nivel de dependencia. En estos casos es más difícil escapar de estas situaciones y pedir ayuda. Además, a menudo, las personas que ejercen esta violencia son los propios familiares de la persona mayor y suele tener lugar en su propio domicilio, de este modo, las probabilidades de poder o saber cómo salir de esta situación son menores. También es común que se den relaciones de interdependencia donde la persona mayor depende de los cuidados del familiar y, a su vez, el familiar depende de la persona mayor (por ejemplo, en el alojamiento o el dinero).
El primer paso para acabar con esta violencia es identificar los estereotipos, prejuicios y actitudes negativas asociados a la vejez y eliminarlos. Para ello son necesarias políticas y programas dirigidos tanto a la población general como a los profesionales y familiares que tienen contacto y trabajan con personas mayores, para sensibilizar y educar sobre el tema, haciendo hincapié en los aspectos positivos de la vejez y las oportunidades que la jubilación otorga. También es oportuno que se pongan en marcha intervenciones sobre los casos de dependencia y aislamiento social con tal de proporcionarles a estas personas el apoyo social y comunitario necesario. Asimismo, son necesarios los teléfonos de asistencia y alojamientos de emergencia que garanticen que las personas mayores que sufren violencia o sus familias pueden comunicar y denunciar la situación y huir de ella. En último lugar, podrían ser de ayuda implementar servicios que alivien la carga del cuidado en los familiares, así como programas de administración del dinero dirigidos a personas mayores.
Natalia Carbonell, equip de Psicologia de Dependentia