
Con frecuencia, las personas cuidadoras de pacientes dependientes se sienten fatigadas, impotentes, y acaban desarrollando alguna afectación del estado de ánimo. Es esencial que el cuidador aprenda a cuidarse y, para ello, es importante pedir ayuda cuando se necesita y buscar espacios para uno mismo.
Determinadas enfermedades no solo afectan a la persona que las padece, sino que también son un mal con consecuencias físicas y psicológicas para todos aquellos que le rodean y cuidan. En este sentido, el llamado síndrome del cuidador se refiere a aquellas personas que sufren un desgaste físico y mental derivado del cuidado continuado y constante del enfermo, como en el caso de patologías mentales o degenerativas.
En España, por ejemplo, en el 80% de los casos, la atención directa y los cuidados que requieren las personas con Alzheimer recae en la familia. Los familiares se van a responsabilizar de atender al ser querido, que, a medida que avance la enfermedad, será cada vez más dependiente. Toda esta exigencia deriva en un estado anímico de agotamiento, tanto físico como emocional.
Muchas personas cuidadoras presentan síntomas de ansiedad o depresión y se ven obligadas a dedicar menos tiempo a su propia vida (hijos, amigos, pareja, trabajo…). Las circunstancias llevan, por lo tanto, a que su cuidado pase a un segundo plano.
Los cuidadores, además, se enfrentan a unas responsabilidades que, con el paso del tiempo, se vuelven más exigentes. Por ello, no es de extrañar que entre un 85% y un 90% de los cuidadores padezcan el mal del cuidador o síndrome del cuidador quemado.
En esos contextos es normal que el estrés y las emociones continuadas deriven en ansiedad, apatía e incluso dolor de cabeza o alteraciones de sueño. La presencia de alguno de estos síntomas es el principal indicio de este mal.
Estos son los síntomas más habituales:
Muchas veces, los cuidadores creen no estar atendiendo lo suficiente a los seres queridos o se ven forzados a abandonar su rutina familiar. Todo ello son signos que hay que alertar cuanto antes y, sobre todo, intentar prevenir desde el primer momento.
Es importante, además, que los cuidadores dispongan de información sobre la enfermedad a la que se enfrentan. Deben conocer su evolución, los síntomas y los cambios que puede padecer el paciente. Así, les resultará más sencillo reconocer y gestionar cada una de las emociones que se vayan generando en el entorno familiar.
Pero, sin duda, lo más vital es que el cuidador aprenda a pedir ayuda cuando la necesite y que busque espacios para su propio autocuidado. Es importante aprender a delegar y que una persona que cuida de los demás recupere su identidad, más allá de este rol, y que aprenda a relajarse, divertirse, etc. Es indispensable que el cuidador aprenda a cuidarse.
Una opción muy positiva para mejorar esta sobrecarga la ofrecen los grupos terapéuticos para cuidadores. En estas sesiones se aprende a comprender la enfermedad y a convivir con ella, y se pueden compartir las emociones con otras personas que se encuentran en la misma situación.
Con todo esto podemos valorar que tener cura de las personas dependientes en el propio entorno familiar es en nuestra cultura una situación muy habitual, y esto tiene muchos aspectos positivos por nuestra sociedad, pero también en té de negativos. Algunos de estos aspectos negativos su lo derivados del mal de cuidador y para prevenirlos es muy importante ser conscientes de que para cuidar otras personas, los familiares que cuidan también se tienen que cuidar.
Quique Gómez
Psicòleg centre mèdic Atlàntida